Señor de lo alto, ¿me escuchas?
En sombra y lamento me encuentro,
la culpa es un río sin fondo,
mis días, ceniza y desierto.
He roto tu ley con mi alma,
con manos que tiemblan y yerran,
mis labios murmuran tu nombre,
más siguen besando tinieblas.
Si clamo, ¿me harás aún gracia?
Si lloro, ¿me darás aliento?
Doblego mi rostro en la tierra,
pues sólo en tu luz hallo puerto.
Purifícame, oh Santo,
arranca mi veste impura,
haz nuevo mi pecho de piedra,
devuélveme al alba más pura.
No apartes tu rostro, mi Dios,
ni cierres tu oído a mi llanto,
pues solo en tu gracia descanso,
y en ella mis faltas quebranto.
Palomino.
Ilustración: Dante. Salvador Dalí.