Desesperado dentro del hoyo de la irrealidad, así me encuentro, huyo de los fantasmas que me atacan cada vez más seguido, estos se postran a mis pies mientras yo sólo soy un espectador en mi cuerpo estático, veo sus sonrisas siniestras, su opresión sobre mí, el miedo aumenta conforme el tiempo va pasando, no hay salida alguna, aquella voz que siempre esta a mi lado me dice suavemente. “Abre los ojos a la realidad, entra a la realidad de nuevo, conéctate, siente lo que es real, por favor hazlo”, es cuando hago mi primer intento, cierro los ojos para tratar de concentrarme unos segundos sin éxito alguno, no hay nada, no hay nada dentro de mí, todo es un valle seco de emociones, grito de desesperación, pero es un grito mudo, un grito en silencio, abro los ojos y veo el espejo que está en el techo mostrándome con una expresión de locura, los ojos bien abiertos y la boca abierta, alrededor mío están los demonios, color azabache tratando de abalanzarse sobre mí. Cierro los ojos de nuevo, debe de haber algo dentro de mí, algo que me saque de este trance de locura. Surge su cara, surge ese ser mágico, eso que he estado buscando por largo tiempo, ese sentimiento dormido y borrado de mi mente, surge en forma de luz brillante, alumbrando la irrealidad, para hacerla realidad, y de repente mi grito se hace sonoro, rompiendo la noche, rompiendo el trance, borrando el miedo. Abro los ojos, siento mi cuerpo sudar, sigo acostado, puedo moverme, volteo a todos lados y me cercioro de que no haya demonios, volteo a mi derecha y ahí están esos ojos cafés regresándome la mirada ¿Eres real?, estiras tu brazo y pones tu mano sobre mi mejilla, siento el frío de tu mano, me sonríes en la oscuridad. “No lo es” dice una voz dentro de mí.
Héctor Quiroz.
Ilustración: El Bosco. La muerte de un avaro. 1485-1490.