El padre. Raymond Carver.

El bebé estaba en una cuna junto a la cama, vestido con gorro blanco y un pilucho. La cuna había sido pintada recientemente, atada con cintas azul cielo y acolchada con un cubrecama azul. Las tres hermanitas y la madre, que se había levantado recién y aún no despertaba por completo, y la abuela, rodeaban

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Estatua. Lasse Söderberg.

Me quedaré totalmente inmóvil entre mis dos hombros. Nadie me saludará. No saludaré a nadie.   A los muertos podría hacerles señas o enviarles una carta firmada: “Su admirador”. ¿Cuál es el importe para la eternidad?   En todas partes acechan teléfonos, listos a morder como escorpiones. Cada puerta que se abre es falaz, carnívora.

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A Emilio López. Jocelyn.

Dejaba a la vista humana algunos fragmentos de su cuerpo que a su vez dejaba jugar a mi mente, me alejaba de la realidad continúa haciéndome regresar a esos instantes donde ni una sola prenda acompañaba su cuerpo.   Jocelyn. * Setsuko Migishi 1905 – 1999

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Como Sísifo. Pablo Jara.

Entre otras incomodidades de los mortales, está esa ceguera del alma que hace al hombre no sólo errar, sino amar sus errores. Séneca.   Mientras avanza la vida, vamos llevando nuestras propias cargas, algunos de bajada,  y otros, la mayoría, cómo Sísifo, purgando alguna condena, la ignorancia puede ser esa condena, ignorancia capaz de hacer 

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Mapas. Rodrigo Pérez.

Como heraldo de aventura: la carretera y el seductor humo escapando entre tus labios, tu nariz coqueteando con el cosmos.   Stolichnaya y Luckie’s como manantiales y tus piernas más largas que mis miedos, el sol brillando en tus Ray Ban.   Dylan explotando en nuestros tímpanos y  tu cabello anaranjado ardiendo.   Tus manos

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