Inhalo y te acaricio, mientras tú, suspiras de la noche, del viento fresco que atraviesa la ventana sin permiso, levanto tu rostro y concentro mi mirada casi nula por la falta de luz y pobremente nítida por el maldito astigmatismo que siempre me ha aquejado, tratando de imaginar tu mirada penetrante, tus ojos tan cafés como el barro y a veces tan rojos, por las bocanadas de humo relajante, con el ruido de fondo de un tic tac que retumba en nuestros tímpanos, que cada noche se vuelve más ensordecedor e insoportable y que estando contigo a veces siento como se atenúa hasta casi detenerse… Exhalo y el vaho empaña mis sueños, la angustia y el terror que me provoca también estar contigo se vuelve real y la caricia se vuelve en un apretujón de tu brazo, marcando mis dedos en tu piel bronce, enredando mis pensamientos, como tu cabello rebelde y desalmado, que enloquece cuando más tienes prisa, y el tic tac se vuelve cada vez más insoportable, mi ceño se frunce de forma casi inconsciente, mi pecho se contrae y mis músculos se aprisionan contra mis huesos al borde del calambre, mi mente se nubla y vuelvo a inhalar… Dejando la mierda a un lado, para volver a sentir tu piel suave y tersa, rozar tus piernas con apenas las yemas de mis dedos y sentir tu suave aroma recorriendo mi nariz, aroma revitalizante y energetizante, cómo esnifar un gramo de preciado polvo blanco, sintiendo mi cuerpo relajarse al punto metafísico y preparándome para volver a exhalar… mientras tú, soledad, me miras sin despecho, ni desprecio, tú, soledad, que siempre me acoges en tu pecho aunque te maldiga, tú, soledad, que me has aceptado mil veces después de que juré que no volvería contigo, tú, soledad, tú, mi soledad… Te amo, pero te odio soledad.
Emilio Cabral.
* James Sant.