A principio de este año escribía unas líneas sobre lo venidero, sobre el entusiasmo y sus expectativas, entonces vi que al ser tan breves como ligeras pronto terminarían apagadas, serían los fines o finales quietos como aguas mansas, así es casi siempre para todos aquellos que carecemos de cierto optimismo.
Después de acariciar el primer mes destrozado (o quizá algunos más, puede ser que hasta tres meses) toda aquella enjundia, toda la fogosidad y el brío, sucumbieron también con la algarabía de seguir siendo, o mejor dicho, el tratar de ser algo o alguien y ante la abolición de lo cotidiano caía una y otra vez ¡qué burdos pueden ser los días! y así, en caída libre ante tal espejismo de un futuro diferente, es mejor no aterrorizarse ante el fracaso, sino reír con toda saña y burla posible, y en los momentos más bajos soltar la carcajada idiota por todo aquello que ignoro.
Es igual, un año más o un año menos, todo sería tan fácil como ridículo para unos, mientras que para otros; difícil como grotesco. No es que busque la justificación de lo no dado, sólo es la queja de lo postergado o lo olvidado, sólo es el recuento de lo vivido y lo sido, lo amado y bienamado; hasta lo perdonado y abrazado. Pero que, de lo leído, lo escuchado, lo visto y hasta lo bien imaginado: siempre agradecido. Por supuesto, lo escrito y lo no-escrito: glorificado.
En estos últimos días, con la promesa de un ensayo mortuorio de todo un año, espero la resurrección y la vanagloria de saberme repuesto, estar rebosante de mí mismo, ya sea por una última vez en el año o por el principio de otro más.
Víctor Hugo Ávila Velázquez
Ilustración: Jean Paul Laurens_Pope Formosus and Stephen VII. The Cadaver Synod of 897. 1870.