Orestes. Héctor Quiroz.

Que tranquila esta la casa, mi papá esta sobre el sofá viendo la TV, se ve de semblante tranquilo, aun cuando está enfermo, siento un pinchazo en el corazón, el miedo a su ausencia cala profundo en mi ser. Mis hermanas y mi mama discuten sobre los problemas rutinarios de la universidad, de sus parejas, de la vida en general. Yo estoy quieto contemplando la casa, parece que es la misma de siempre sin remodelación alguna, me pongo en pie, mi vista se detiene en aquella habitación, que por el momento prefiero omitirla, regreso la vista a mi papa se me queda viendo fijamente a los ojos, otro pinchazo en el corazón, lo veo tan joven, tan jovial, tan él, me trago el ardor de mi garganta, respiro y rompo esa conexión,  empiezo a caminar, al parecer ya es de noche, o eso parece, no tengo certeza alguna, me dirijo a mi cuarto, al parecer sigue igual de cómodo, se ve tan tranquilo, me acuesto en la que fue mi cama por tanto tiempo, respiro y cierro los ojos.

Abro los ojos, siento pesadez, siento miedo, sigo en la misma cama, pero no se cuánto tiempo pasó, pareciera como si hubieran pasado muchas horas de la contemplación que tuve de mi familia, no escucho a nadie, todo quedó en silencio, la oscuridad entró de manera sigilosa como una niebla invisible. Me levanto intranquilo de la cama, con temor o a lo que me pudiera topar en la casa, de encontrarme lo que siempre he temido, ese miedo profundo e incontrolable, y que sólo el cuarto que está enfrente del mío me da, ese en que han pasado sucesos tan profundos que toda mi familia recuerda.

Mi mente como si estuviera magnetizada me dirige hacia aquella habitación, lentamente le ordena a mi cuerpo que camine, que se dirija para allá, entre más me acerco mas pesado me siento, mas oprimido se siente mi pecho, el miedo ya es un monstruo en este momento que se come mi seguridad, la puerta esta emparejada, poco a poco la empujo, y veo sobre la cama a una de mis hermanas, asustada, trato de entender la situación, sigo su mirada al lugar que está viendo, y logro ver a un niño a un lado del tocador, de primera vista no lo reconozco, blanco, traslucido, con playera a rayas, mi mente se cierra en el instante, no le encuentra lógica al escenario, me quedo paralizado, no puedo mover ningún dedo, el niño se acerca hacia mí, poco a poco, con un sonido tenue al caminar, logro visualizarlo más detenidamente, se va aclarando su cara, trato de rechazar lo que estoy viendo, sin éxito, trato de negar esta realidad, el niño se queda estático viéndome, con sus ojos blancos, me susurra unas palabras que no entiendo, y no quiero entender, no quiero esto, no quiero estar en este cuarto, no quiero estar en esta casa, no quiero ver los rostros del pasado, mi mente me destroza mas y más, me concentro para salir del trance, me doy cuenta que me voy soltando, mi ser esta aflojándose, estoy exhausto, todo se desvanece, cierro los ojos

Vuelvo a abrir los ojos, estoy en mi cama de nuevo, con mi mente oprimida, con tristeza en mi pecho, sin embargo, aun sigo sin poder moverme, no puedo hacerlo, me maldigo de nuevo, aun no salgo del sueño, sigo aprisionado en mí cuerpo, veo el ventilador prendido, todo se ve en su lugar, de reojo veo a alguien que se acerca desde la puerta, es ella, con sus ojos tristes, con su mirada perdida, pronunciando los sonidos del pasado, todo se vuelve borroso de nuevo, miles de pinchazos atacan mi corazón y mi mente, el miedo de nuevo me controla, cierro los ojos para hacer desaparecer todo, para tratar de volver a otra realidad.

De nuevo abro los ojos, y ahí esta arriba de mí, ese niño, flotando en la oscuridad de noche, gritándome esas palabras que no entiendo, las escucho en mi oído una y otra vez, torturándome, destrozándome, me obligo a cerrar los ojos de nuevo.

Los abro de nuevo, la realidad.

Héctor Quiroz.

*Ilustración: Orestes perseguido por las Furias, de William-Adolphe Bouguereau.

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