Cuando estoy frente al mar hago tangible lo infinito navegando por profundidad mis pensamientos. Imagino lo que hay en la otra orilla, quizá una isla cerca del triángulo de las bermudas, con un riachuelo que desemboca al mar muerto.
Cuando mis pies palpan con la arena y las rocas, siento algo de satisfacción y al tocar el agua helada, me siento cargada de adrenalina, no tengo frío, lo que si me da es miedo.
Cuando conocí al mar, me recibió con un abrazo enérgico, era una niña, fui envuelta por una enorme ola que me arrastró y revolcó muchos metros.
El escenario fue hermoso, corrientes de agua fugaces a mucha presión, silencio absoluto, fue una lucha, segundos de guerra, supe que no era un pez y que no podía quedarme a vivir en las profundidades de ese lugar.
A menudo sueño con el mar, vienen a cubrirme enormes olas de 30 metros de altura y cuando están a punto de caer despierto.
No creo en supersticiones, pero escuché que los lunares en las palmas de las manos indican que morirás en ahogamiento, yo tengo uno en mi mano izquierda y mi esposo en la mano derecha, justo a la misma distancia de manera de que cuando los unimos se hace uno mismo, ahora que soy madre y que sé lo maravilloso que es alimentar con tu propio cuerpo, me siento tranquila y me gustaría envejecer frente al mar para morir ahí, y pasar una eternidad en lo profundo, justo después de donde se forma el oleaje.
*Peder Severin Krøyer – “Atardecer de verano en la playa de Skagen” (1899, óleo sobre lienzo, 135 x 187 cm, Colección Hirschprung, Copenhague).