Hay muchas cosas de ella que me gustan, por ejemplo el color avellana de sus ojos o esa cascada de pelo que cae hasta mitad de espalda. Podría decirse que me apasiona su mirada y que su sonrisa me hace sentir ternura y amor. Pero tengo que decir que en realidad son los pequeños detalles los que me hacen enamorarme cada día más de ella.
Esos pequeños detalles de los que ella apenas es consciente y que la hacen ser perfecta para mí. Uno de ellos es esa manera que tiene de colocarlo todo en perfecto orden y equilibrio a su paso; es muy graciosa por qué cuando está estudiando o haciendo algo que requiere que este concentrada siempre tiene esa manera adorable de sacar la punta de la lengua, mordiéndosela suavemente. O cuando se mordisquea el labio inferior cuando está inquieta o preocupada. Puedo saber exactamente lo que le gusta porque siempre se le escapa un pequeño mmm, es una especie de susurro mientras cierra los ojos con cada bocado. ¿Sabrá ella lo dulce y divertida que es la manera que tiene de hacer gestos cuando cree que nadie la mira?
A veces cuando estamos reunidos con nuestros compañeros simplemente me gusta mirarla por unos segundos, sabiendo que es feliz y que se siente en paz sólo por el color rosado de sus mejillas o por la sonrisa sincera que tiene, escuchando las historias que los demás tienen que contar. ¿Y esos suspiros que a veces se escapan entre sus labios? Le gusta olerse el pelo, lo hace a menudo, agarra un mechón, lo huele y luego, como no, lo coloca en su sitio.
Sé que mis ojos nunca se cansaran de su belleza y que seguiré enamorado de cada uno de esos detalles que la hacen ser tan única y especial. Me pregunto si yo también tendré algún tic que le haga sentir como yo me siento. La he visto dormida a mi lado, sonriente como siempre. ¿Soñará conmigo? ¿Soñará con una vida juntos, tanto como yo lo haga?
Por Alex Pelayo.
George Frederic Watts – “Hope” (1886, óleo sobre lienzo, 142 x 111 cm, Tate Britain, Londres)