Mi argumento vuela y choca contra mi interlocutor, que cree tener la razón, él se encuentra enfrente de mi en esta mesa de cristal, piensa que su aseveración es correcta, pero yo sé que la mía es mejor, porque yo siempre tengo la razón, mi moral me hace superior, a final de cuentas mi argumento se basa en lo que mucha gente ha creído por siglos, es la creencia común, es por lo que me levanto cada día para ir a trabajar y es lo que le da sentido a mi vida, nadie puede venir a decirme que estoy equivocado ¿Que mi religión se basa en mentiras?, me rio de sus argumentos, el mundo no puede estar equivocado, así que su argumento es basura, así de fácil, no tengo porque desgastar mis palabras, si sigue fastidiando de la misma forma voy a empezar a ponerme agresivo, a final de cuentas quien es el para joderme, yo soy mayor, él es solo un joven que no sabe nada de la vida. Pasan los minutos, y empieza a ofender a mi credo con más argumentos estúpidos, eso no lo puedo tolerar, me levando de mi silla y empiezo a manotear y a gritar, noto que mi saliva sale de mi boca, cruza la mesa y va a caer en su cara, me da cierta satisfacción esto, pobre iluso, con esto seguro el se va a terminar callando y cediendo ante lo más obvio, y efectivamente, él se quedó callado, con cara de estúpido como lo que es, mi mente solo piensa, el que calla otorga, entonces tomo mis cosas, salgo del comedor, mi salida es triunfal como lo esperaba.
Héctor Quiroz.
*Ilustración: STAŃCZYK, Jan Matejko (1838-1893).