Frío. Claudio “Babayalien” Cazares.

Ya es de madrugada, y este es uno de mis momentos favoritos del día, y me refiero a “día” si contemplamos las 24 horas que tarda en girar sobre su eje nuestro planeta.   

Normalmente a esta hora, el frío aumenta. En ocasiones es un frío moderado y puedes disfrutarlo, si es que gustas de este clima, con una chamarra ligera. Pero hay veces, como esta, en donde la temperatura baja tanto, que de la boca sale ese “humito” calientito, las personas que a todo le ponen un nombre, le llaman vaho.

Junto con la vista que este lugar verde y lleno de árboles ofrece, desde la banca donde estoy sentado, me acompaña un café negro, soluble. En la etiqueta del frasco que contiene el café hay una leyenda que dice “gourmet”. Honestamente para mí, con el simple hecho de que sea café ya es una delicia, aunque es verdad que hay una notación que, si me llama la atención, y esta indica que el producto es liofilizado, vaya que este adjetivo es uno de mis favoritos para esta bebida.

La taza que contiene una de mis bebidas favoritas está caliente, me llama la atención que también humea, aunque para este caso, curiosa y quizá tristemente no se llama vaho, pero me hace pensar que la taza y yo tenemos algo en común: los dos somos cuerpos que para mantenernos vivos y atractivos debemos estar calientes, los dos contenemos algo delicioso en nuestro interior, que cabe señalar que no es para todos los gustos, y menos si consideramos que tanto el café como yo, no estamos endulzados.

Me gusta como los dos seguimos humeando, al parecer seguimos vivos y atractivos. La vista sigue hermosa; la baja temperatura me hizo ir por una chamarra más gruesa.

En mis pies, esta recostado mi perro, un Golden Retriever que lleva poco más de cinco años y medio acompañándome casi a todos lados. No es presunción, pero créanme, es el perro más hermoso que puede existir. Estoy convencido de haber tenido la mejor de las suertes al tener en mi vida a esta enorme criatura.

Está tranquilo y echado en el suelo, alcanzo a apreciar su respiración que se mezcla perfectamente con la tranquilidad de la madrugada y el sonido de un pájaro que aún esta despierto. No estoy muy seguro si también disfruta de la noche, o quizá no puede dormir, o es posible que padezca de insomnio. La verdad es que no se mucho de aves, pero me encanta su compañía.

El Golden Retriever, de vez en cuando se incorpora para ir a beber agua y enseguida orinar uno de los muchos árboles que se encuentran disponibles. Me encanta que él no ocupe chamarras para abrigarse del frío, incluso, cuando se acerca a mí, a que lo acaricie, siento su calor; me encanta su calor. Es el mismo calor que me hace confirmar que al igual que mi taza de café y yo, sigue vivo.

El frío, o mejor dicho, la ausencia de calor, sigue disminuyendo, se escucha el viento juguetear con las hojas de los árboles, la taza de café está a la mitad, ya no sale humo y ahora está tibio. Me da la impresión de que mi bebida lucha contra el clima, y aunque ahora es menos caliente que al principio, su esencia, su sabor y la finalidad que tiene para hacerme feliz, siguen intactos. Yo empiezo a temblar de frío, quizá mi cuerpo también este luchando para mantenerme vivo, me pide que siga bebiendo; el Golden claramente disfruta del clima más que yo, esa es mi percepción.

Al parecer la noche empieza a avivarse, el cielo está estrellado, la luna brilla y se mezcla perfectamente con la vista que aún tengo frente a mí. La luz de la luna, momento, la luz del sol que se refleja en la luna, también se refleja en la copa de los árboles. Me gusta pensar que los árboles también disfrutan de este conjunto de sensaciones, yo creo que si, por alguna razón son tan imponentes y hermosos por lo que han crecido y llenado este bosque de su especie.

La taza está prácticamente vacía y fría, sólo queda un chorrito de café que sorbo principalmente con disgusto, pero sigue sabiendo a lo que es, café gourmet liofilizado.

El Golden tiene unos veinte minutos que se metió a la morada de adobe, o realmente no me di cuenta hace cuanto tiempo lo hizo, de lo que si estoy seguro es que adentro la temperatura es mayor y más agradable para el cuerpo, me da sentimiento que no me haya avisado que entraría, pero aquí el masoquista soy yo, que me encanta temblar de frío.

Aun así, estoy decidido a hacerle compañía a mi perro.

La taza fría se quedará lo que resta de la noche en la mesa, sobre una servilleta que esta manchada del líquido que me recuerda que hace un rato aún humeaba.

La luna y las estrellas se quedarán ahí, haciendo más fría la noche e iluminando los árboles y la taza fría ahora sin café.

El pájaro ya no se escucha, es probable que el sonido del viento jugueteando con las hojas de los árboles lo hayan arrullado. La verdad no sé, es que no se mucho de aves.

Caminando hacia a la habitación principal, en la cocina, quedó un pedazo de un sándwich de jamón que preparé en la tarde, cuando aún el sol nos mantenía a todos con calor, incluyendo a los árboles, a los pájaros, al Golden y a mí; la taza de café aún no estaba lista.

Decidí comerme ese restante, me imaginé que aparte de saciar un poco el hambre que tenía, me daría las calorías necesarias para asegurar mi supervivencia al menos hasta el amanecer, cuando el sol volviera a dejarse ver.

El calor que encierran las cobijas y la comodidad de la cama, me hacen terminar rendido, lo último que percibo es a él, recostado siempre en mis pies, el que me ha acompañado durante poco más de cinco años y medio y el que me ha visto tomar una cantidad ridícula de tazas de café.

Claudio “Babayalien” Cazares.

Ilustración: Entrada a Gleneagles. 1878, David Farquharson.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *