El solitario Nicolás. Enrique Husim.

Son las 5 de la mañana, Nicolás busca un cigarrillo en sus bolsillos mientras piensa en lo curioso que es el hecho de que a su edad uno duerma menos, pues no necesita de ningún reloj despertador para levantarse temprano, el simplemente se levanta porque ya no tiene sueño, duerme tarde entre las 11pm y las 12am, a veces dura más de media noche y se levanta entre las 4am y las 5am, es un hombre ya avanzado de edad , tanto que no le queda ya mucho pelo y sus ojos son ya inútiles sin la ayuda de sus anteojos, los cuales tiene ya demasiado gastados, pues ha pegado una y otra vez cada contorno de su armazón con rastros ya muy notorios de kolaloka y cinta adhesiva (de la negra para hacerle juego al color), se pone sus zapatos, los mismos que ha usado desde hace dos años, bastante gastados también, y por un momento sentado en la cama divaga en lo aburrido que es levantarse a estas horas para hacer absolutamente nada, pues ¿Qué se puede hacer cuando los rayos del sol aún no iluminan? Escucha un golpe en la puerta de su casa seguido del arrancar de una motocicleta, es el periódico, lo sabe bien pues el chico que lo reparte es un joven muy puntual, 5:15am siempre golpea a su puerta las noticias en rollo que lanza el muchacho.

Nicolás se levanta mientras le da un buen jalón a su cigarro al que después expulsa por la nariz pareciendo un viejo dragón que ha dejado de expulsar llamaradas por el agotamiento de estar viejo, llega al baño, levanta la taza, pues siempre ha procurado tenerla abajo, es un hombre de viejas costumbres ya que vivió con mujeres, su esposa y su hija, además de que hay hábitos que uno se inculca y que no se dejan jamás, orina a pequeños chorritos, pues la próstata no le permite salpicar la taza como cuando tenía 20, intenta jugar a orinar en clave morse, quiere poder salpicar diciendo; “Te odio, hijo de puta”, pero el chorro se corta en; “Te odi…” ya no le sale más pis, detesta quedarse así pues siente que aún le queda más por exprimir en su vejiga, pero no sale, tira la colilla de su cigarrillo como si fuera un escupitajo, pues es de esos viejos que no usan mucho los dedos para fumar, abre la puerta de su casa y recoge el periódico, hoy no tiene ganas de leer, así que lo lanza al sillón mientras dice; —A la chingada— y sale de su casa, aun es oscura la madrugada pero no le importa, comienza a caminar rumbo al centro y aspira aire fresco tres veces, inhala y exhala, sólo tres veces pues el dolor de su hernia comienza a molestarle, el dolor siempre le recuerda a su esposa, cuando le decía; “Nico, opérate esa hernia, un día de estos ya no te vas a poder ni levantar” y se recuerda a si mismo respondiéndole; “Jamás, prefiero morirme a que me abran las tripas”, se sonríe en sus adentros, le da nostalgia, pues a veces aun la extraña, —Elena—. Pronuncia su nombre en voz baja mientras mira el suelo al caminar, — ¿Porque te fuiste Elenita linda?—. Vuelve a decir mientras con su mano derecha busca otro cigarro de entre pura basura que guarda en sus bolsillos, hace años que su mujer lo dejo para hacer vida junto a un ingeniero, de esos que nunca batallaron para sacar una carrera por el hecho de venir de una familia de buena posición económica, su única hija es arquitecto o arquitecta, nunca recuerda de qué manera decirlo sin sentirse tonto, pero como recuerda el trabajo que le costó pagarle la carrera, ella no le habla más que el día del padre y durante las fiestas navideñas.

No tiene caso pensar en que ha hecho mal, pues lo sabe de lleno, trabajar mucho para entregar tan poco, ese es su único pecado, la única razón del porque vive tan solo hoy en día, todos los cumpleaños que se perdió de su pequeña Lucia quien ahora tiene tres hijos fruto de un matrimonio que terminó en divorcio al cabo de 4 años, por más que lo intenta no recuerda el nombre de su nieto más pequeño, pues de hecho solo lo conoce por fotos de las cartas de parte de Lucia que tienen dos años ya que no le llegan.

Comienzan a iluminarse las calles bajo el brillo de los aun débiles rayos del sol, ya está en el centro, detiene su caminata justo frente a la gran catedral, de pronto mientras tira la colilla de cigarro escucha que le llaman, —¡Hey! Mira nada más a quien tenemos aquí, caray, Don Nico, tenía mucho sin verle salir de su casa y mucho menos a estas horas.—  Le dice Esteban el barrendero, quien luce un porte humilde como si de Cantinflas se tratase, come huevos de codorniz con un jugo de naranja, —Hola, Chino ¿Cómo estás?—. Responde Nicolás, —Pues como todos, Don Nico, sobreviviendo—. Responde Esteban con una sonrisa algo melancólica, — ¿Y usted como esta Don Nico?—. Le pregunta, — Ah pues ya sabes, aquí nada más esperando a que algo pase—. Saca otro cigarrillo, lo tabaquea bajo la mirada reprobatoria de Esteban, —Disculpe Don Nico, pero… su corazón… ¿que no le habían prohibido fumar?—. Nicolás enciende su cigarro y exhala una buena bocanada de humo, —Me han prohibido muchas cosas, chino, y no me agrada, yo a ti te voy a prohibir que me llames “Don” suena muy pendejo—. Esteban suelta una risita, —Perdóname Nico, es solo que así lo criaron a uno —.Nico guarda su encendedor, — Si bueno… y a todo esto ¿qué hay de interesante por aquí en las mañanas?—. Dice, mientras se rasca la nuca, —Pues además de cada persona abriendo su changarro puedes echar taco de ojo con la señora Juanita, sale a estas horas a correr y a estirar el cuerpo usando las bancas de la plaza, — ¿A Juanita dices? Y ¿qué le voy a ver yo a ese culo caído y aguado por el que pasaron miles? —.  Esteban suelta una carcajada, —Bueno yo solo decía —. Pues no digas tonterías, chino—. Le contesta Nicolás, ahora se rasca la barbilla, mientras Esteban tira en su propio bote los cascarones de sus huevos,  — ¿Oiga Nico?—. Le dice Esteban con la voz baja como si temiera que le escucharan a dos metros a la redonda, — ¿A poco Doña Juanita si era bien putilla? —.  Termina por preguntar —. Como ninguna, mi chino —. Responde Nicolás sin bajar la voz, — ¿Usted se la llego a echar?—.  Nicolás le lanza una mirada seria al responderle, —Desde luego que no, en esos entonces yo siempre tuve a mi Elena—.  Ahora es el Chino quien se rasca la cabeza, —Ah ya, ¿y ella que se ha hecho?—. Dice el chino sin siquiera tener en cuenta que la pregunta podría incomodar a Nico, — Pues no lo sé, imagino que debe estar muy contenta, pues ahora esta con un buen hombre — El chino se endereza la espalda y dice, — Pues tu eres un buen hombre, Nico —. Nico tira una vez más una colilla fumada, —Si, bueno… eso dicen .  Lo eres — responde nuevamente el chino, Nicolás busca de entre sus bolsillos algunas monedas, se le ha antojado un café, —Bueno, me largo, mejor me voy ahora antes de que te pongas romántico y empieces a darme de besos —.  El chino vuelve a soltar una risilla, — Vete al diablo, maldito viejo —.  Dice el chino, —Ah, eso sonó mucho mejor—. Dice Nico.  Se despiden un par de metros solo con las palmas levantadas a la altura de sus cienes, siempre es mejor así, entre hombres que son amigos, que se conocen, los formalismos no aplican mucho, a menos que se tratase de algún enemigo o de algún extraño quien te saluda.

Regresa a casa con un café del Oxxo, de esos de sabor caramelo, tiene un gesto en la cara de enojo, pues sorbe a traguitos el café que ha pagado, pero que él no eligió, pues no sabía usar la máquina y no le interesaba aprender a usarla, así que pidió ayuda a una empleada quien sin preguntarle le dio ese sabor, ¿Por qué nadie toma en cuenta a los viejos? se dice a sí mismo; — Si Elena estuviera aquí le habría dicho a esa mocosa que me lo cambiara, porque yo no pedí este sabor —. Regresa a casa con la mirada perdida en el camino mientras su mente divaga entre recuerdos, es lo pesado de ser viejo, uno siempre está recordándolo todo, uno carga siempre con los recuerdos, incluso los malos.

Llega a casa, son las 10:15 de la mañana, se quita su chamara no antes de sacar de sus bolsillos otro cigarrillo, camina por los pasillos silenciosos de su gran casa, siempre hay un silencio especial cuando se vive solo, va por las mesitas tomando los pequeños porta retratos que en ellas descansan, se recuesta en su cama y se pone a ver las fotos, fotos de una época en la que, por trabajar tanto, él estaba ausente incluso en esas mismas fotos, fotos de su Elena, fotos de su Lucia, fotos de ellas juntas, fotos, una lagrima sale de su ojo derecho, tira de nuevo otra colilla fumada, mete la mano debajo de su almohada y saca un viejo revolver de calibre 22, lo coloca en su cien derecha, una lagrima sale ahora de su ojo izquierdo mientras pronuncia las palabras entrecortadas; —Discúlpenme, las amo—.  Pasan lo segundos, las lágrimas le salen a borbotones, pasan los minutos, sus lágrimas dejan poco a poco de brotar, —Pero que tontería—.  Se dice a sí mismo, se levanta y vuelve a colocar su vieja pistola bajo la almohada, regresa cada uno de sus portarretratos a cada una de sus mesitas y estantes, vuelve a la cama, se recuesta, tiene sueño, ¿qué extraño siempre es que después de un llorar a moco tendido te de sueño? se pregunta, se ha quitado ya los zapatos —En fin, quizá descansar un poco me ayude a sentirme de mejor humor, — cierra sus ojos, pasan los minutos, pasan las horas, ya no queda ni rastro de que sus ojos han llorado como los de un niño temeroso de estar solo, sus ojos lucen tranquilos, serenos,  pero esos ojos tristes no se volverán a abrir jamás.

Enrique Husim.

*Károly Ferenczy – “Jardineros” (1891, óleo sobre lienzo, 134 x 155 cm, Galería Nacional de Hungría, Budapest).

2 comentarios en “El solitario Nicolás. Enrique Husim.”

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