El día que morí. Armando Castro Contreras. 

Siempre pensé que ese día iba a ser especial. Toda la vida pensé que sería un acontecimiento, la mayor tragedia, la gran pérdida, el dolor más grande que pueda existir, el fin del mundo… Pero no, el día que morí, no hubo nada de eso. Nada pasó como yo lo imaginaba.  Claro, tampoco es que haya pasado desapercibido, wey, no te mueres todos los días. Pero, así como yo lo pensaba… no fue. 

De joven me sentaba en el suelo y con una falsa modestia, empezaba a imaginar cómo sería el día de mi muerte: “Creo que nadie me extrañaría, tal vez termine en la fosa común, ahí, sin reclamo por mi cuerpo ni reconocimiento”. Siempre con un aire poético de “humildad” ¿o quise decir patético?, deseando en realidad que los cielos oscurecieran y que ríos de llantos inundaran los espacios que alguna vez ocupé, repasando en mi mente miles de veces las despedidas con la gente que no supo valorarme y que en ese último momento berrearan mi partida… Pero no. 

El día que morí, no pasó nada de eso:  

Para empezar, hacía un calor de la chingada, un calor de esos que solo te hacen mentar madres y ver a todo mundo con cara de “no me hables” y discúlpenme, pero andar todo sudado, no tiene nada de romántico y mucho menos de poético. Por si eso fuera poco, taaaaanto tiempo preocupándome por el alcohol en mi sangre y en mi hígado, por el cigarro y sus efectos en mis pulmones, por mi colon y los veinticinco mil tipos de cáncer que hay y termino atropellado por una pinche camioneta de Bimbo. Me lleva la… 

Como todos los días, salgo con mis audífonos metidos en las orejas, escuchando música  a todo volumen, me paro para cruzar la calle, cuando una camioneta de Bimbo se echó en chinga para atrás y me avienta, ni siquiera fue fuerte, pero al perder el equilibrio caigo, con tan buena puntería  que me di un putazo en la cabeza y morí, así nomás y en un par de segundos: Colgué los tenis, chupe faros, estiré la pata, me cargó el payaso, me gané un novenario, me jubilaron de la vida, entregué el equipo, me llamaba… Y ni siquiera crean que se acercó la gente y se hizo un desmadre, no, tal vez pensaron que estaba bromeando o que andaba pedo, es más, la camioneta ni siquiera se detuvo y no por culeros, creo que de verdad ni siquiera se dieron cuenta. Lo último que supe, es que aun andan investigando ese pedo, la neta donde yo estoy eso ya no importa en lo más mínimo. 

Ahora, esa parte donde hay una luz que según esto te lleva al paraíso o ese camino oscuro y lleno de fuego que te conduce al infierno, déjenme decirles -aquí entre nos-: puuuuuras mamadas, no hay nada de eso, naaaaaaaada, pero no solo para los ateos, satánicos, agnósticos o escépticos, nada de eso para naaaadie, para naaaaaadie. Oooobviamente no les puedo decir exactamente lo que es. Solo créanme cuando les digo que nadie, ninguna religión, le atinó. Ustedes tienen el derecho de seguir creyendo lo que les dé la gana, cada uno pierde su tiempo como quiere. El caso es, que no hay nada de eso. También les puedo decir, que cuando uno “llega”, no llora, no sufre, no se lamenta, peeeeeero, tampoco se siente uno feliz o divino o en éxtasis. Tal vez cuando llegues, esboces un: “Ahhhhhhhh” porque uno como que recueeeerda que ya estuvo aquí, creo que con eso ya dije demasiado. Espero no me castiguen picándome con un trinche caliente y escuchando los discursos de Hitler y López Portillo que por aquí andan… Ja ja. Es brooooma. 

Lamento no ofrecerles respuestas. Estoy seguro de que están diciendo: Pa que riatas me escribe este wey desde allá si no va a decir nada y tienen razón, pero ya saben cómo es esto. Mi única restricción, es no arruinarles la sorpresa. Si puedo, después les cuento algo más. Lo que si les puedo asegurar es esto: Nada, absolutamente naaaaaaaaaaaaaada de lo que nos han dicho, es cierto. Pero, sobre todo, no tienen nada que temer, la verdad. Y si no me creen, muéranse pa que vean que no estoy mintiendo. Pero se los repito, no tienen naaaaada que temer.  

Es más, morirse, es como graduarse de la primaria, secundaria o preparatoria, parece relevante, parece algo super importante, sientes que vas a extrañar a todo mundo, tienes muchas emociones, pero bieeeen pronto te das cuenta de que no tiene naaaada de especial y que, en realidad, los únicos que hacen pedo, son tus familiares.

Armando Castro Contreras. 

Ilustración: Adriaen Pietersz van de Venne. De zielenvisserij. 1614. 

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *