Estoy sosteniendo mi cara con mis manos, viendo a través de mis dedos, estoy ante una verdad que no la entiendo del todo, o no la quiero entender, preocupado y ansioso, con mi corazón acelerado, todo a mi alrededor lo puedo sentir, el ambiente se corta con el movimiento de mi pie chocando contra el suelo, las gotas de sudor, frías al tacto de mi rostro, caen por mi frente, recorren mis mejillas confundiéndose con mis lágrimas, mezclándose con la angustia al verte enfrente, trato de contener mi respiración, pero el miedo es mayor, un miedo que llegó en la mañana y que fue aumentando con el pasar de las horas, un día que ha sido una avalancha de noticias, de las que nadie quiere escuchar. Y aquí estoy, con mi familia, reunidos, esperando, sólo esperando el veredicto que nos da el guionista, ese que le encanta poner pruebas y jugar con las vidas de las personas, eligiendo sus castigos favoritos para los mejores.
Respiro, siento el aire entrar a mis pulmones, trato de tranquilizar el pensamiento, luchando con mi coraje, quisiera tomar a alguien, gritarle fuerte en la cara y sacar mi locura, quisiera que esto terminara, regresar al momento donde no había ninguna preocupación, donde todo estaba calmado, donde no había problema alguno que nos amenazara, pero no hay más a quien culpar, más que al miserable destino. Respiro de nuevo, bajo la mirada al suelo, veo el piso sucio, respiro una vez más, volteo a verte a los ojos, esos ojos sabios que tratan de tranquilizarme, mi mente se apaga al instante, y dentro de mi cabeza se empiezan a proyectar todos los recuerdos que tengo a tu lado, los felices, los tristes, ¡todos! Cierro mi mano con fuerza, tratando de hacerme daño para salir de este sueño, pero el dolor que siento me hace darme cuenta que estoy despierto, decepcionado, me vuelvo a sentir miserable, suspiro por enésima vez, elevo mi vista hacia el reloj empotrado en la pared, cada segundo que pasa, cada movimiento del segundero es un año de recuerdos que pasé a tu lado, y ahora, aquí en el presente seguimos esperando que alguien entregue su veredicto, que abra la puerta de su oficina y que nos confirme lo que ya sabemos de antemano, que lea la verdad, que de la señal a los devoradores de miedo que nos asechan desde que llegamos a este lugar para que opriman nuestro pecho con sus largos y esqueléticos brazos, y nos hagan sentir como seres desesperanzados y terminen dándose una hecatombe con nosotros.
El tiempo se detuvo al momento que se abrió la puerta y no volvió a hacer el mismo, con repulsión pienso, se acabó todo.
Héctor Quiroz.
*Ilustración: Saturno devorando a su hijo. Francisco Goya. 1823.