Cosmogonía. Emilio Cabral.

Todo era silencio, calma absoluta, una luz aparecía en el horizonte, un pequeño punto blanco que no iluminaba nada, se escuchaban las voces de los dioses, risas y charlas, pero no se veía nada, y cada sobresalto, enojo y grito, hacía que esa pequeña luz se hiciera más grande entre las voces, siendo dioses nada les importaba, la inmortalidad era casi palpable, hasta que uno de ellos sufrió un sobresalto, un grito que cimbró la nada, y deslumbró a los dioses, cobijándolos completamente en ese manto de luz, haciendo ver su inmortalidad, esas voces tomaron forma, miraron sus manos y sintieron dolor por las espinas del suelo, se avergonzaron con su desnudez y mientras unos callaron y bajaron la cabeza, otros siguieron gritando, añorando la calma de la soledad, del vacío de la tranquilidad, miraron su alrededor y sintieron hambre y poder, sintieron placer y dolor, poblaron la tierra de vida, como símbolo de perpetuidad de dolor, de heredar sufrimiento y castigo, y ellos como viejos poder regresar al paraíso.

Emilio Cabral.

*Ilustración: Marinus van Reymerswale. Saint Jerome.

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