Claro. Héctor Quiroz.

Te vi a lo lejos entrar, no sabía lo que me esperaba, entraste por aquella puerta roja con tus compañeras de vida, en su momento no éramos más que extraños alejados por la casualidad de la celebración, en algún momento hice contacto visual contigo, por mera casualidad, por el gusto de ver quien estaba en mi entorno, es cuando noté tus ojos sobre los míos sentí una sensación extraña, como una explosión de emoción, cambié la mirada rápidamente para que no lo notaras y regresé a la conversación con mis compañeros de vida, el barullo de la gente empezó a crecer a nuestro alrededor, y nuestros compañeros de vida se fueron acercando de tal forma que quedamos de frente, esa guerra de miradas fue sádica, la forma que te pasabas los dedos por tu cabello para descubrir tu cuello me hacía tambalearme, mi pecho se inflaba, llegó un momento donde el ambiente de música y alegría llenó todos los ángulos del edificio en el que estábamos y nuestros compañeros se fusionaron, la luz empezó a hacerse más tenue, y cuando menos lo pensaba ya estaba hablando contigo, como dos viejos amigos de toda la vida, tenías algo que me hacía sentir cómodo, la confianza crecía exponencialmente entre nosotros, y sin haberlo planeado te tomé de la cintura, y te vi directo a los ojos, esos de color miel, el bullicio del lugar se detuvo de forma repentina, y el escenario evolucionó, ya sólo éramos dos en este lugar, dos extraños que se entendían a la perfección, el bucle del tiempo resumió una vida en tan sólo unos minutos, podía sentir lo que se avecinaba, entré en ese vértigo afectivo, estaba cayendo dentro de ti, descubriendo la esencia de tu ser, la euforia se podía sentir en cada movimiento, ya estábamos sincronizados, y todo pasó en un momento, voltee hacia otro lado tratando de asimilar lo que estaba viviendo, y regresé la vista hacia ti, pude notar lo inevitable en tus labios, la tensión estaba a punto de explotar, nuestras caras se fueron acercando poco a poco, nadie nos iba a impedir que este momento terminara, una vez que nuestras bocas se tocaron todo exploto a nuestro alrededor, colores saltaron por todas las paredes, la claridad llegó de forma rápida, tocaste mi cara con tus manos, y todo se volvió tan real que no se podía creer, nos elevamos por todo lo alto del lugar, éramos como ángeles en el cielo sin miedo a ser castigados, sólo sintiéndonos y tocándonos, volando alto, burlándonos de los demás y de sus problemas, nos habíamos convertido en seres superiores. Sin embargo, que es de la vida sin las caídas provocadas por la gravedad, terminó nuestro primer beso, nos quedamos estáticos ante la experiencia que acabábamos de tener, como si estuviéramos magnetizados volvimos una y otra vez a caer en el famoso juego del amor, no quería separarme de ti, cada vez que podía volvía a darte un beso, al igual tú, lo hiciste en múltiples ocasiones, nos entregamos en cuerpo y alma, como seres desnudos de pensamiento, sedientos de placer, sedientos por compañía. Con el paso del tiempo notamos que la intensidad iba mermando, la emoción del primer encuentro fue lacerando nuestra realidad, y caímos de vuelta de forma abrupta a la inestabilidad propia de una escisión del ente, ese ente que duró muchos años, pero a la vez solo fueron minutos de euforia, fue un encuentro entre personas desconocidas, las luces se encendieron, el barullo a nuestro alrededor regresó, y regresamos con nuestros compañeros de vida a terminar la noche, nuestro encuentro acabó.

Héctor Quiroz.

*Ilustración: Leighton-The Fisherman and the Syren-c. 1856-1858.

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