Cartaphilus. Héctor Quiroz.

Es extraño ver la vida de cierto color en esta luminosidad, los grises oscuros se diluyen en los sepias de añoranza, y yo aquí sentado en la banca del jardín con un paraguas sobre mí, lo tengo tan pegado a mi cabeza para que nadie se dé cuenta quien esta debajo de él, esto me da oportunidad de observar los diferentes personajes que se pasean frente a mí, hay muchos seres errantes todos los días, pero hay unos en especial que se presentan cada cierto tiempo, si uno observa bien, puede identificar sus excentricidades, sus locuras. Como aquel hombre parado sobre aquellas líneas que se juntan en medio de la división de la calle, es la primera vez que lo veo y siento que es un errante especial.

Está ahí observando hacia el vacío de la calle, con el calor descomunal del sol de mediodía quemándole la nuca, su hedor a humedad llega hasta donde estoy sentado, ese hedor que es una mezcla de ropa sucia con sudor de sol de verano que penetra en el olfato de los paseantes del jardín de manera violenta, todos contienen la respiración al pasar a su lado.  

Escudriño su cara para entender su ser, trato de darle significado a ese movimiento de sus labios, que parece como un largo susurro que no dice nada, trato de entender si es una oración hacia su creador, si está hablando con algún ser imaginario que está a su lado, estos seres errantes siempre ven cosas que los demás no ven, dentro de su mente su vida es hermosa, todo es bello, las preocupaciones solo son el comer una vez al día, y lo demás es una larga peregrinación en su realidad no enajenada hacia nada.

Su vestimenta se ve de lo más formal, aunque parece que la lleva puesta desde que se escapó de su vida antigua, alguna vida que tuvo con su familia, donde iba a su trabajo conforme a las estrictas reglas sociales, donde tenía preocupaciones materiales, pero más que nada vivía en continua penitencia por las decisiones erróneas que tomó en su juventud, todo esto generando en el un caos mental a la edad de los cuarentas, tenía deudas desbordadas, obligaciones hacia con su familia, su Dios lo había abandonado, estaba deprimido porque no sentía la libertad de ser lo que siempre quiso, todo esto fue socavando su mente hasta que un día se vio en el espejo y no se reconoció, un impostor había tomado su lugar y se reía de él, se reía de lo que se que había convertido. Al día siguiente al verse en el espejo nuevamente ese impostor empezó a llorar, empezó a recordarle los eventos dolorosos de su familia,  este le dijo que le hablara en susurros para que no escuchara nadie más, y lo empezó a seducir con la libertad, el ser individual, el emanciparse de la sociedad, pasaron meses de continuo dialogo en forma de susurros, y un día obedeciendo a este ser se metió a bañar, tomo su traje favorito, y huyó de su casa, abandonó su familia, su trabajo, todo, comenzó su peregrinación hacia su nuevo dogma, hacia la libertad de su ser, hacia la vanidad, hacia el egoísmo.

Respiro profundo, es cansado observar a los errantes, veo mi reloj, son las 5 en punto, las campanadas suenan exactas, es momento de entrar al templo, requiero estimular mis pensamientos para continuar desarrollando esta historia de libertad hacia la inmundicia de la vida.

Héctor Quiroz.

Ilustración: Fototeca Cultural de Efebos.

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