Esperas detrás del cristal. Me visto, me peino y pongo maquillaje en cada una de mis mejillas. El conjunto de esta noche es tan rojo sangre. Que disgusta. Y la sangre me produce nauseas. Nauseas del tamaño de una ola gigante. Desde el muelle es más fácil. Y mi piel que es como leche, suave y carente de olores se transforma en receptáculo. A las mujeres como tú ha de gustarle de esta forma. Como las olas que rompen sobre la barrera construida para evitar inundaciones en la ciudad. La ciudad y sus mujeres arden en el fuego. Me lo figuro y así te lo figuras como si pudieras entrar en mi mente. Y absorberme. Y también absolverme de paso. A las mujeres como tú la locura sienta mal. Símbolo de que todo va a funcionar. Y no existe nada en el mundo que pueda destruir el estado de bienestar que has creado. Una casa bien amueblada, la tina y el bar repleto de botellas, tu biblioteca. La biblioteca. El lugar donde se va a morir de amor. El lugar donde desenterrar y enterrar. Porque un entierro es a la vez una procesión circular hacia el dolor. El dolor que no cesa mientras tú me observas y yo deslizo el creyón sobre los labios y corrijo los bordes de los ojos delineados.
Pegarse al cristal y que las pupilas se dilaten. Tus pupilas se dilatan recorriendo cada centímetro de cuerpo ajeno. Cada escondrijo del espacio inaccesible. Por señas pido que alguien venga a salvarme. No tú, ni nadie en específico. Tengo esta relación innombrable con todo cuanto veo porque las cosas que toco se transforman. Centímetros de recuerdo almacenado en mi memoria. In-vo-lun-ta-ria-men-te. Ojos que devoran. En carnicería del alma se han convertido estas dos cuencas.
Poner la boca en forma pez sobre el cristal frío y esperar a sentir algo. Tú ordenas con gestos. Estar dentro de una pecera durante cinco años te hace pez. Dócil. Herramienta. Aunque a intervalos es tan necesario. Sentir que se es. Que se grita hacia el vacío y que desde el vacío responden. Como sueños. Desde luego vendrán a mí imágenes que luego preferiré no haber soñado: mujeres de largas cabelleras, doradas, casa propia, casa, paladear la palabra casa, lugar lleno de gente que no son precisamente amigos, pequeñas figuras cubistas, pequeñas figuras, la noche. En ascenso, cayendo. La noche.
Los turistas pasan. Me adueño de tu cuerpo que sufre. Aunque el cristal nos separa. Los labios aspiran el cristal y una mácula húmeda va construyéndose alrededor de mi membrana. Te retuerces con disimulo, pero sabes que alcanzo a ver tu mano dentro del bolsillo del pantalón que llevas tan holgado. Te miro con mi vista de mujer desorbitada y esta vez tengo la certeza. Por vez primera. Eres la mujer que sueño que sueña que una muchacha la observa a través de un cristal. Y te sufro en silencio, con amargura, hasta que te contraes. Sacudes los cabellos que te caen sobre los ojos. Finalmente. Te contraes. La fiesta verdadera tiene que ver con el cuerpo y los sentidos. Cuando terminas. Cuando te desgarras. Yo separo los labios del cristal.
Carmen Cutié Torres
Ilustración: Japonesa, información desconocida.