Se acaba otro día, y si, hoy no he pronunciado ninguna palabra, solo mi mente parlotea con los seres imaginarios, fantasmas resolviendo dilemas del pasado, con preocupaciones vagas y preocupaciones falsas. Levanto la vista, los rayos del sol no están, la oscuridad ha empezado a comerse la luz de la casa, dejándome en penumbra, sumido en el silencio y oliendo el pasado te materializaste frente a mí, iluminaste la casa con un destello, te ves diferente, tu mirada cambio, y entiendo porque, sin embargo, mi corazón está feliz de verte, siento una ola de emoción recorriendo cada parte de mi cuerpo, nada me alegra más que te veas bien, de la nada y como tú lo sabes hacer empiezas tu discurso, me pláticas sobre tu día de trabajo, tus problemas con tu familia, los infortunios que has pasado, los planes futuros, me siento como si fuera una de esas antiguas platicas donde yo solo me limitaba a escuchar y poner atención a todos tus gestos, y hasta empezaste a hablar de tus romances, siento un pinchazo en el pecho, un ardor en la garganta, y un mal sabor de boca, volteo hacia otro lado para que no te des cuenta de la cara que puse, respiro profundo, volteo de nuevo hacia ti para empezar con mi discurso, no estas, estoy sumido en la oscuridad y me quedo mudo, decepcionado, este silencio parece eterno, tu fantasma se fue, así como tu hace mucho tiempo. Me quedo estático en esta silla, sintiendo el vacío en el pecho. Volteo hacia la ventana, la luna hace su presencia con esa luz azul, iluminando aquel cuarto vacío, mostrando mi realidad muda.
Héctor Quiroz.
Ilustración: Libro de Horas de Catalina de Cleves. Siglo XV.