Un thriller que logra mucho con relativamente poco. A través de actuaciones robóticas y diálogos simples y recitados homogéneamente, una fotografía sencilla pero bien ejecutada y música que va a veces hasta lo estridente, nos adentramos en la historia de la relación entre un médico con un adolescente extraño. No sabemos qué sucede entre ellos, por qué el médico le hace obsequios y le dedica tiempo a escondidas de su familia hasta que decide presentarlo en una visita peculiar. A partir de ahí, la intriga y la intensidad se incrementan a un ritmo acelerado y los sucesos, que resultan inexplicables a la luz de la razón, provocan terror no solamente a la familia sino al espectador, que parece estar viendo algo que sólo podría suceder en otro universo, paralelo y surreal. La verdad sale a la luz y entendemos que la tragedia que ya arribó y persigue a Steven, a sus hijos y a su esposa, es resultado de un error de su pasado y el deseo de Martin, este joven misterioso y perturbado, de restituir el equilibrio y hacer justicia.
¿Qué camino seguir? ¿Cómo eliges a qué miembro de tu familia sacrificar para salvar a los otros? Difícil. Tu esposa opina que podrían tener otro hijo, entrevistas al director de la escuela, y, finalmente, como quien no quiere la cosa (porque nadie en su sano juicio lo querría), te tapas los ojos y dejas que el azar elija. ¿Realmente hay salvación?
El final, ambiguo, no deja el mejor sabor de boca. Pareciera que hay algo más, otras intenciones escondidas en las miradas de los personajes y en ese goce de bañar en cátsup y disfrutar las papas a la francesa al principio. ¿Es metafórico?
Natalia Silva.
Colaboradora de Cinefebicos.