Las nubes no son mi casa. Yahuii Quetzalli Lazarin Belmares.

No sé cuántos días llevo vagando en las penumbras de un hogar que no conozco, vivo en las entrañas de un inmenso y oscuro bosque que me asusta, no encuentro una casa porque las nubes son demasiado grandes para albergar a mi frágil cuerpo y a mis sueños, tampoco vivo en la tierra porque nunca me deja guardarle mis miedos, los saca para tomar aire, siempre afuera, siempre los desentierra.

Corro esperando huir de mi propio cuerpo para no morir sobre el, llevo meses apresurando las piernas, anhelando convertirme en fantasma, que nadie me recuerde o si es así, que sea de manera difusa, borrosa, como quien se fue, como a quien se le tiene resentimiento por la partida, por el abandono, por el desapego en la fragilidad de unas alas que no podían cargar con todos. Irónico que estas piernas sólo me hayan traído a un inmenso bosque que se abre en mi pecho y ya no aguarda hogar alguno para mí, en mis afanes de huir de todos los miedos me convertí en un microscópico ser entre grandes hongos que me hacen llorar, no entiendo las razones de mis paisajes oníricos llevándome siempre al mismo lugar, al parecer mis sueños y mis lenguaje insuficiente formaron un acuerdo; me llevaron a un bosque para escribir y ya no puedo salir de ahí, se manifiestan mis deseos de vivir entre flores, me inundan el cuerpo de goces inoportunos, imagínense cuán pequeña me siento entre el insuficiente lenguaje que me dicta en donde soñar, en donde estar, en donde amar, pero sobre todo en donde ocultarme. Las letras no paran de perturbarme los oídos mientras intento escapar de este paisaje, planes que clamó en el silencio para esperar con paciencia a que la experiencia de lo sagrado me brinde calma mientras me encuentro en medio de unas entrañas desconocidas, no debería temer, me recuerdo, me recuerdo que el miedo está lleno de monstruos que evaporan la ternura, pero esos absurdos recordatorios remiten a mí, a lo que soy a través de lo que temo, ojalá la ternura fuera tan blanda como mis manos que no pueden abrir una nueva puerta, ojalá la ternura se desplazara de mi cabeza a mis piernas ya cansadas de correr, me renovara los sueños y peleará contra los miedos, le pido tanto a la ternura como le pido tanto al lenguaje. En las sombras de este bosque no veo más que dulzura, porque las sombras no esperan que las guarde en mi estómago y las cargue eternamente, las sombras sólo esperan que platique con ellas y las transforme entre flores de lavanda, me tienen cariño en su frío desapego y yo aprendo de dulzura entre la oscuridad, no sé si porque lo desee o es mi única opción en este paisaje. Quizás estoy aquí para dejar de desear, para que lo único que espere es que las flores me consuelen, inmersa en mi lista insaciable de deseos, estar posada entre oscuridad y flores ya no parece una pesadilla, por fin me atrevo a moverme, a explorar estas entrañas, mis piernas se mueven, mis manos danzan, mis ojos se esfuerzan por ver en la nublada oscuridad, mientras camino sin descanso pienso -no era tan difícil, no debería dejar que mis miedos me paralicen así se nuevo- al contrario, debería yo ser el bosque de mis miedos, que ellos bailen y canten dentro mío, asustados de lo inmensa que soy, entre mis grandes pasiones quieran evaporarse, por voluntad propia transformarse en ternura, como un ente de propio control, no el control de mi perturbado imaginario. Entonces cuando logro armarme de valor, tomo todo la oscuridad entre las manos que tengo pero son más tuyas que mías, la abrazo, me abrazo y le lloro, la lleno de lágrimas esperando que algún efecto tenga, que se convierta en una luz capaz de abandonar mi abrazo, rompo esa oscuridad entre gritos desmesurados, me desmorono junto a ella, en medio del bosque, en soledad de mi cuerpo acompañada únicamente de un abrazo violento, oscuridad; te contengo como solo mi amor puede hacerlo, como nadie te contendrá mientras existas en mi memoria, en mi piel, te suelto cuando ya te has transformado en mí, te entierro dentro de la dureza de la tierra, esperando, quizás de manera ingenua, que esta vez la tierra no te deje salir de nuevo, ahora que aprendí a abrazarte y llorar, que te contuve y ame, pacientemente sentada con la cara destrozada y el cuerpo hecho lágrimas, me sentaré en medio de este bosque, con la esperanza de encontrar certeza, con una flor en mi cabeza, con la última esperanza de convertir este miedo -que será inevitablemente ternura- en hogar.

Yahuii Quetzalli Lazarin Belmares.

*Ilustración: Pierre Auguste Renoir. Mujer en un paisaje.

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