Estás en el piso, no alcanzaste a reaccionar cuando te caías de la cama, el golpe te sofocó y despertaste.
Desde el suelo percibes tu cama alta y tus brazos te impulsan pero el entresueño pesa tanto que te cuesta el doble de esfuerzo. Una cucaracha se ha subido a tu pantalón sin que la hayas visto. Le pedirías ayuda a tu mujer para subir, pero ella no está. Se ha ido a donde va tres noches por semana, con ese hombre, ese hombre que sí es un hombre completo. No como tú y tus piernas perdidas, inmóviles y ajenas a tu cuerpo. Cuando llegas a la almohada, recuerdas la pesadilla que te derribó de la cama: tu mujer y ese hombre. Ese hombre que sí puede sentir las cosquillas que le hace tu mujer con la boca en los pies, en las piernas. Mañana tendrás que despertarte y tolerar sus tratos, sonreírle y fingir. Ella se bañará, se quitará la loción de ese hombre que sabes que no huele mal y que ella sí.
Quieres dormir y no puedes. Recuerdas a tu madre: ella sí que sabía darte amor. Recuerdas a tu hermano muerto, muerto por culpa de su mujer que se convirtió en tu mujer y que ya casi no lo es. Tus piernas, piensas en tus piernas, eso posiblemente te traerá el sueño. Cierras los ojos y no ves que la cucaracha camina ahora sobre tu rodilla. Piensas que sí tus piernas funcionaran llegarías con tu mujer al lugar donde está con ese hombre y le dirías “vámonos, quiero tener una caminata contigo” y se irían. Abres los ojos y aún estás en la cama.
No llega el sueño pero la cucaracha ya llegó a tu estómago, la sientes y sólo la avientas con tu mano flaca. Ella vuela, la miras en la oscuridad y piensas que sería bueno tener un par de alas para huir a donde sea.
Víctor Hugo Ávila Velázquez.
Ilustración: Domenico Morelli. The Temptation Of Saint Anthony. 1878.