Después de una cena al aire libre con las abejas zumbando sobre ellos, se fueron a acostar. La mujer se puso la pijama que tanto le disgustaba, se durmió y el hombre se quedó esperando algo. Él se acercó a su cuerpo, y vio cómo a ella le salían lágrimas de sus ojos cerrados, le habló en voz baja, no se despertó, pero seguían brotando las lágrimas hasta empaparse el rostro y la almohada. Él se durmió con el ceño fruncido mientras una abeja buscaba la azúcar en la habitación.
En la madrugada la abeja murió sobre un charco de llanto.
Víctor Hugo Ávila Velázquez.
*Ilustración: Antigua lámina apícola.