Leviatán. Víctor Hugo Ávila Velázquez.

“Los que saben maldecir el día, los que saben despertar el Leviatán…”

Job, 3-8

“Longevidad, s. Prolongación poco común del temor a la muerte.”

Diccionario del Diablo. Ambrose Bierce.

Se concibió la bestia dentro de un hombre viejo. Desde hacía algunas noches ella desgarraba lo que quedaba de su condición humana.

Así, siendo un longevo, bramaba quedamente al dormir esperando no morir. El último día, antes del amanecer, distinguió las escamas de la Leviatán cerca de su nariz. Ella, única y gruesa, ocupaba el hosco hogar. El anciano, que creía haber vencido algunos demontres en su juventud, la devoró maldiciéndola con alegría. Al amanecer escupía salivas con sangre y la bestia era apenas una niña dentro del viejo.

Se forjó a su tiempo y habitó cada extremidad del cuerpo del viejo, después se levantó y anduvo por la casa con la mirada derramada sobre las formas. Se llevaba a la boca las barbaridades del anciano y salió de la chozuela para continuar con las de los hombres y mujeres. 

La humanidad sosegaba un pronto invierno y ella tragó la sandez del tiempo. Andaba hermosa con su apacible mirar, empujando la tierra de los bosques y selvas hasta verla mudada en arena. Miró y olió el agua salada del océano y su longitud enorme ya posaba en el dominio. La bestia desertó a la mar.

El hombre viejo volvió con otra existencia. Había en él la memoria de la Leviatán; el recuerdo de la bestia que lo mató alguna vez. Cogió su arpón, se fugó al océano.

Víctor Hugo Ávila Velázquez.

*Ilustración: Egon Schiele.

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