En algún momento deseé guardar en mi memoria todos los soles que he sentido en la piel para que se posen sobre la suya, a cada instante anhelaba respirar a través de su nariz.
El día que me mimeticé en su cuerpo, el ya era ausencia, aun percibo en sus memorias el recuerdo de aquel martes, mis manos sudorosas delataban mi temor al escucharlo tomando la decisión de terminar con aquello que era sólo nuestro, con aquel sentimiento que me envolvía en profundas fantasías, la tarde cálida en la que dos existencias se volvieron una, fue la misma tarde en la que la despedida nos alcanzó. El amor es también amor a la sombra, a la otredad. ¿Cómo lograría querer ignorando la ausencia de luz? Ya no busco consumir, busco habitarme en él, para evitar perderlo tomé la decisión de abrir su corazón y dormir ahí, para satisfacer por fin el propio deseo a continuar deseando, se diluyeron los límites entre su cuerpo y el mío, sólo fue así que el anhelo cesó.
Me entregué a su existencia como quien se entrega al amor, fui devota de su espalda, olvidé toda deconstrucción, las parejas se dan regalos, se escriben poemas o cartas, yo al contrario decidí vaciar mi cuerpo en el suyo y como insecto ruidoso posarme eternamente ahí. Pasan los días en los que escucho que le parece insoportable el ruido de mi recuerdo, contemplo ese pensamiento dentro suyo, siendo una entidad sin límites ni formas logro acompañarlo en su banal cotidianidad, veo desde sus ojos como saluda a los demás, incluso he visto, percibido y sentido como se entrega a otros cuerpos alejados de el que alguna vez yo fui, no me malinterpretes, no siento dolor alguno, su despedida se transformó en mi propia presencia, su felicidad se volvió mía.
Nunca le mencioné que yo pensaba que el amor era mimetizarse con el otro, hasta aquel martes en el que todos mis conocimientos sobre el amor se esfumaron, quedó el equilibrio entre su luz y sombra entregándome la visión más clara que alguna vez pude tener. Logré dejarlo ir, decirle adiós, quedarme parada en la esquina viendo como caminaba en otra dirección, en la aceptación a su despedida conocí el amor.
Hoy es el día 61 en el que vivo bajo tu piel, jamás me había sentido tan viva, tan amada.
Yahuii Quetzalli Lazarin Belmares.
*Ilustración: Richard Dadd. The Fairy Feller’s Master-Stroke. 1855.