La poesía es un lugar sin letra. Mirta Rosenberg.

Hay lo que hay, y es todo:

un hotel en Santa Ana, Uruguay,

con el Río de la Plata sin lodo -lo esencial

es que haya playa y árboles y plantas,

más pájaros que cantan-. Casi solas

miramos las olas que el viento sur levanta. Nada hay,

ningún quehacer salvo mirar, ver

y ponerle apellido a cada cosa, por no saber

cómo se llama: arbusto de jardín o pajarito

de pecho anaranjado. Y para leer, si caminamos

sólo están los nombres de las casas

-De enero a enero, Rincón soleado-,

la patente de un auto que pasa

y la caprichosa signatura

de alguna nube oscura que inventa un contraluz.

Eso, o en tu caso, entregarse a Proust,

flotar a la deriva en agua extraordinaria,

precaria y transitoria aunque segura

-la historia de la literatura-

y cruzarse a otra orilla desde ésta,

perfumada de eucaliptus y de gramilla verde

recién cortada, y hacerse vieja en otra parte

donde lo que se pierde acaba por ser

pura ganancia.

 

Mirta Rosenberg.

*Mirta Rosenberg (1951-2019) Nace en Rosario, Argentina. Poeta y traductora.

 

 

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