Miestras lees, escucha aquí.
El año era 1960, caminaba desolado por las calles de París. Mi más fiel compañera era la rata de alcantarilla que me seguía desde la Rue Saint-Martin. La lluvia constante y el fango en mis zapatos, hicieron imposible que regresara a mi apartamento, entré en un café; pedí un poco de vino, el más corriente y barato que tuviesen a la mano, en realidad sólo hacía falta embriagarme un poco y la lluvia era una buena excusa para hacerlo. El mesero abrió el vino, derramando un par de gotas en mi camisa amarillenta y gastada, y de manera casi autómata recitó, con una voz tan ebria y un acento tan parisiense que apenas pude comprender “reserva del 48”, a lo que respondí: “excelente año, la mayoría de mis amigos fueron enterrados en ese año”.
En realidad, mi intención no fue ser grosero con el mesero, pero es indudable que fue un buen año. Hace que elegir un año de todos los anteriores sea sencillo, siempre ocurre, como saben, que la gente suele preguntar sobre qué hacías cuando la guerra estalló, o donde estabas cuando la guerra cesó. Para mí, el año 1948, era excelente pues ponía sobre la mesa el año en que todos mis amigos, a excepción del viejo García, fueron enterrados en ese barro fangoso, en que sus descendientes jamás los encontrarían y en que su luto duraría siglos.
Después de un par de botellas de vino salí de ese horrible café, que al parecer era mi favorito pues siempre terminaba en él, bebiendo ese odioso y barato vino. Seguí caminado, hasta mi apartamento en la Rue de Montmorency, limpié las suelas en el asfalto frente a mi apartamento y entré. Al entrar vino a mí ese olor tan característico que anunció mi llegada, parecía un excelente y horroroso día para escuchar a Charlie Parker, así que lo puse.
Me quité el pesado abrigado mojado y me dispuse a recostarme sobre el amarillento y quemado sillón que tenía en mi departamento. Prendí un cigarrillo, y mientras me quedaba dormido, soñé que despertaba, que despertaba en un lugar terrible y caluroso, con cortinas negras, paredes pálidas y un idioma obsceno, un idioma que al día de hoy sigo hablando.
Diego Estrada Gutiérrez.
Simple y sencillamente excelente