“Ama ahora mientras vivas ya que muerto no lo podas lograr.”
– William Shakespeare.
I
Aún recuerdo cuando te vi por primera vez, no fue tan difícil distinguirte entre la multitud, éramos tan pequeños que me dio miedo hablarte, los años pasaban y te veía en el mismo estante donde te encontré aquella vez, pero ese fue el momento donde todo comenzó.
Con un incrédulo “hola” tan seco y tembloroso, que mis agallas se volvieron agua, mi ego quedo en el suelo y yo, yo quedé al descubierto.
-Hola -contestaste pensativa, en un tono de indiferencia-
– ¿Cómo te llamas? -pregunté tratando de evitar un silencio incómodo tras haber por fin concretado una conversación tras años de verte en la lejanía-
Tras un silencio de un par de segundos (el cual para mí era eterno) escuché el nombre que marcaría mi vida
-Julieta.
Con una dulce voz que entró y retumbó mi mente, haciendo temblar mis piernas y creando un vacío inmenso en el estómago, aún no lo sabía tal vez por mi corta edad o por incredulidad pero estaba enamorado.
II
Mi vida era poco interesante, me gustaba estudiar y leer, mis amigos eran contados y salía de vez en cuando los fines de semana, tenía gustos un poco distintos a los de mi edad, nunca me llamaron la atención los videojuegos, pero me gustaban los superhéroes, coleccionaba juguetes y amaba los rompecabezas.
Era como la típica historia adolescente donde el poco agraciado se enamoraba de la bonita y terminaban con una bella historia sin problemas, ni nada, pero no fue así.
III
Después de aquel día que te hablé por primera vez, te comencé a conocer, iba todos los días a hablar contigo, la tecnología nos acercaba con mensajería instantánea en nuestros celulares, nos desvelábamos cada día hablando de tonterías y cosas reales.
Conocí tus miedos y tus metas, en lo que pensabas y lo que odiabas, era una conexión instantánea, lo podíamos sentir.
Cuando nos veíamos las palabras salían sobrando y las miradas decían más de lo que expresábamos, eran largos suspiros seguidos de sonrisas intermitentes.
Ninguno de los 2 mencionábamos nada de una amistad o una relación (producto de la inexperiencia) pero sabíamos que esto no era una simple amistad.
IV
Un día conocí a tu familia, por primera vez entre a tu casa, fue una escena terrorífica para mí, todo era silencioso y pulcro, me salía de mis cabales mientras trataba de mantener la postura erguida y una sonrisa en la cara, riéndome de todo lo que mencionaban y haciendo pequeños comentarios que no sobrepasaban las 3 palabras, mis manos sudaban y mecía mi pierna de un lado para otro. Supongo que era fácil notar mi nerviosismo pero tus padres no hicieron ni un comentario de ello, fueron amables y pasada la tarde la tranquilidad llenaba mi cuerpo nuevamente.
Ahí recordé que aún no éramos nada y no debía estar nervioso, me senté a cenar y me retiré pasadas las 10 de la noche.
V
Nuestra cercanía cada día era más grande, creía que nuestra relación era inevitable, conocíamos todo uno del otro, creo lo único que faltaba era darnos un beso para sellar nuestro amor.
Me tenías entre la espada y la pared, pensativo en la forma en que te lo diría, siempre odié los regalos y las flores, regularmente te regalaba cartas y pensamientos que tu inspirabas, al igual podrían terminar en la basura y las palabras también marchitan, pero para mí tienen más valor que un racimo.
VI
Me armé de valor, me puse los pantalones y sin pensar nada te declaré mi amor en medio de una plática, fue un silencio estremecedor después de tantas risas, nunca olvidaré tu mirada, tan dulce y preocupada, simplemente la alzaste y dijiste:
-Lo siento, Santiago, esto no está bien.
Me derrumbé completamente, se me hizo un nudo en la garganta, mi mente quedó en blanco y mi corazón quedó vacío, sólo me quedó agachar la mirada después de escuchar mi nombre tan tajante.
VII
Mi ánimo decayó, pero no me podía alejarme de ti, sabía que no podíamos terminar así, nunca supe la razón de tu inesperado “no”, así que seguí junto a ti, tratando de suprimir ese recuerdo, las cosas no cambiaron, seguimos el mismo rumbo y nuestra unión se hacía más grande.
VIII
Esta se supondría que sería la bella parte donde digo que por fin había logrado un “si” de tu parte, pero más que alegrarme, es donde comienza mi infortunio. Ese momento fue especial, ahí nos dimos un beso que duró una década, donde reímos y lloramos, nos amamos hasta hartarnos, rasgamos nuestras ropas, creímos haber conocido el amor eterno y una vida juntos, sabíamos tanto uno del otro que ya nada era nuevo, pero no nos cansábamos de estar juntos, de compartir todo, nada era difícil y ese fue nuestro error.
IX
Nuestro amor duró tanto como quisimos, realmente cada “te amo” significaba más de lo podía hacer como persona, pero lo arruinamos, lo llevamos hasta el límite, el límite de darlo todo uno por el otro y te fuiste sin decir adiós, fue una muerte inesperada, que aún no puedo asimilar, te arrebataron de mi vida, un maldito conductor que no te vio pasar en tu bicicleta color turquesa que tanto te gustaba, borro la sonrisa de mi rostro y que te vi tirada en el pavimento, sin alma, sin vida.
Maldije a Dios y a los demonios, a Alá y a Buda, como si gritar improperios te regresará a mis brazos.
Lloré como nunca había llorado, al punto de agotar mis lágrimas, traté de negarlo, hasta que me di cuenta que te habías ido.
X
Ese fue nuestro gran error, amarnos tanto sin ver el final, sin importarnos la vida, de creer que somos eternos, el amor no acaba, sigues aquí, junto a los mil poemas que aún te escribo, junto a las lágrimas que derramó en tu tumba, ahora odio más las flores Julieta, aborrezco cuando las veo junto a tu nombre en letras doradas enmarcadas por el mármol, me hace temblar de odio las palabras de los demás, con su “todo estará bien”, con ese tono tan incrédulo, mientras me ven derrumbarme, parecía un idiota vestido de traje negro y peinado de lado, me sentí tan pedante entre la multitud que me miraba con lástima como si eso lo arreglará, pero hoy es el tercer día que me armo de valor y te digo adiós…
Emilio Cabral
*Jack Vanzet. Abstract Series.