Era casi media noche, realmente no recuerdo bien la hora que era, fumaba cigarrillos Marlboro, los mismos que llevo fumando desde los hermosos 90’s cuando una sensación rara comenzó a rondar por mis pensamientos, acomodaba mis libros de Salinger y Soseki en ese momento, pues siempre gusto de releer algunos renglones a pesar de haberlos leído hace tiempo o de tener un libro comenzado en mi buró.
Sentía la sensación de no estar realmente en donde estaba, me encontraba en mi recamara, bajo el techo protector de mi hogar, pero sentía que no estaba realmente, algo raro tomando en cuenta el que estoy vivo… Pero… Y ¿si no lo estoy?
— ¿Bueno?
— Hola, soy yo, disculpa que te llame a esta hora.
— ¿Quién eres disculpa?
— Soy Enrique.
— ¡Ah, hola! Es muy tarde ¿pasa algo?
— No realmente, es sólo que quisiera preguntarte algo.
— A ver dime…
— ¿Cuándo fue la última vez que me viste?
— Uy pues hace ya casi como dos años ¿por qué?
— Sólo quería saber, por curiosidad.
— ¿Estas bien?
— Si, muchas gracias por contestarme a estas deshoras.
— Y… ¿Sólo has llamado para esto?
— Si, discúlpame, últimamente tengo la cabeza hecha un lio.
— Me despertaste, Enrique, al menos invítame un helado mañana.
— No tengo dinero disculpa, pero en cuanto pueda te invito.
— Bueno, ya duérmete y deja de estar despertando a la gente, espero mi helado.
— Si, descansa.
Era verdad, había gastado mis últimos 50 pesos en una cajetilla de cigarrillos, no me importaba mucho en ese momento no tener dinero para afrontar la mañana siguiente y así fue entonces en todos los días, eso es algo raro en mi pues siempre gusto de comer bien y beber bien y para hacerlo se requiere del cochino dinero. Justo en ese momento me dirigí al baño y encendí otro cigarro, preste atención al sonido de la noche, los grillos y el ir y venir de los autos me calmaron un poco la sensación de no estar ahí, abrí el pequeño balcón de mi casa y miré a una pareja de novios que andaban de la mano bajo la luz del alumbrado público, él parecía uno de esos hombres que no se callan la boca jamás, ella parecía de esas mujeres que gustan de oír historias.
De pronto sonó mi teléfono, conteste, era Omar…
— Wey, ¿estas despierto?
— Si, ¿qué pasa?
— ¿Cuándo fue la última vez que te vi?
(Solté una risita)
— Déjame recordar… Hace como 15 días we ¿Por qué?
— Es que de pronto tengo la sensación de estar y no estar.
(Solté otra risita)
— Vaya, me pasa justamente lo mismo.
— ¿Será que quizá se deba a nuestra falta de sentido en la vida?
— No creo, perdedores lo hemos sido siempre.
— Entonces… ¿qué se te ocurre, viejo amigo?
— Pienso más bien que no estamos vivos, ni tu saliste con vida de aquella piscina pública y ni yo lo hice del mar de Nayarit.
— ¿Y cómo explicas nuestro día a día?
— Como los de Bruce Willis en la película 6to sentido.
— Jajajaja ¡vete a la verga!
— Tú preguntaste.
— Ya mejor me voy a dormir.
— Sale.
Para cuando le colgué a Omar me percaté que ya casi estaban por dar las 3 de la madrugada, la hora mágica preferida para las brujas, la hora marcada y favorita del puto chamuco, de pronto pensé por un momento en invocar al diablo, habría sido interesante verme en una situación así frente a semejante personaje y poderle preguntar el porqué de la sensación tan extraña que tengo, esa de sentir estar y no estar, pero en fin, volví al baño a lavarme los dientes, enjuagué mi cara y me dirigí a mi habitación, me quité los zapatos y los coloqué a un costado de mi cama, me quité mi pantalón y lo doblé con cuidado colocándolo sobre una silla, mi camisa la coloqué de manera cuidadosa sobre mis libros del buró junto a un cenicero a rebosar de colillas, al poco rato me quedé dormido.
— Hola, Enrique. — Una voz grave salió de entre la esquina más oscura de mi recamara.
— ¿Quién anda ahí? ¿Quién eres? — Dije, volví a sentir la sensación de estar y no estar.
— La razón por la que te sientes así es porque casi no duermes, casi no comes, no sales de tu maldita casa y lees pura pendejada, estas a un paso de volverte loco, muchacho. —Contestó la voz grave de la cual comenzaba a vislumbrarle la silueta.
— ¿Eres el diablo verdad? — le dije sin rodeos mientras hacía por prender la pequeña lámpara de mi buro para tener de nuevo el alivio de la luz, pero él me pidió que no, que no era necesario, que sólo había venido para eso y que ya se marchaba.
A la mañana siguiente, tuve que contarles a todos mi encuentro con el diablo, le platique a mis familiares y amigos, después a los del trabajo, a los barrenderos, a los del supermercado, a los limosneros, a los perros y gatos, hasta que al final se lo platique a los doctores, médicos especialistas en la salud mental que me veían periódicamente en sus breves visitas al nosocomio en el que ahora me encuentro… Donde sigo sintiéndome con la sensación de estar y no estar.
Enrique Husim.
*Giuseppe Arcimboldo – “Cuatro estaciones en una cabeza” (h. 1590, óleo sobre tabla, 60 x 44 cm, National Gallery of Art, Washington).