El panadero salió de la rutina al quedarse hasta tarde en su local. Se felicitó por adelantar las labores del día siguiente y se puso a terminar el trabajo que faltaba.
Desde su ventana podía verse el muelle. El agua estaba tranquila, no había bruma y, era difícil distinguir entre el fin del firmamento y el inicio del mar. A esas horas era de un color azul tan obscuro que podría pasar por negro.
Un barco atracó en el puerto. A pesar de la luna llena, era casi imperceptible. De esta nave bajó solamente una persona: una mujer bellísima que inmediatamente llamó la atención del joven. En su imagen todo era único: tenía la piel aceitunada, el cabello obscuro y rizado; a modo de una exquisita prenda llevaba lo que parecían ser algas marinas envolviendo su cuerpo y alrededor de su cuello, colgaba una pequeña y exótica anaconda que acariciaba como si de una mascota se tratara.
La mujer se dirigió sigilosamente al “Cofre Sucio”, una pequeña taberna a un costado del muelle. El panadero se vio intrigado por la misteriosa mujer y, sin pensarlo dos veces, dejó su trabajo para seguirla.
Al entrar en el (extrañamente) solitario local, se encontró con una escena que no estaba esperando: el tabernero se estaba besando apasionadamente con la mujer. El panadero se sentía como un perfecto intruso e hizo lo posible por salir del lugar. Al retroceder chocó con una mesa derramando un tarro de cerveza que había sido abandonado.
Después de aquel alboroto, la mujer giró bruscamente el rostro para encontrarse directamente con los ojos del panadero. Lo vio de un modo que logró remover en su alma sensaciones que desconocía y que no hacían más que estrujarle el corazón. Al finalizar aquel inquietante intercambio de miradas, la chica salió sin más del local.
El joven se detuvo un segundo a contemplar al tabernero, éste no lucía como siempre: su rostro ahora era el mismo que el del panadero.
Asustado, salió del “Cofre Sucio” a toda velocidad. Tenía la cabeza hecha un lío. Decidió que todo era producto del cansancio y que debía volver a casa.
En el camino buscó con la mirada a la mujer pero ésta, al igual que su nave, ya había desaparecido. Volvió a su departamento convencido de que una buena noche de sueño y la compañía de su esposa lo harían olvidarse de aquella perturbadora experiencia.
…
A la mañana siguiente, el tabernero leía el periódico como siempre lo hacía mientras desayunaba. En la página final, se podía leer el nombre del panadero escrito en el obituario.
Cristina de Fátima Reyes de Alba
* Grant Wood – “The Midnight Ride of Paul Revere” (1931, óleo sobre tabla, 76 x 101 cm, Metropolitan Museum, Nueva York).